En la barra preguntá por mí. En la barra preguntó por ella y durante un buen rato, solo podía fijar la vista en el fondo del vaso, como si fuera el mismo fin del mundo. No podía ser tan linda. De un tiempo a esta parte, días, semanas, meses, segundos, las ideas se le habían enredado un poco: cuentas, insomnio, horas leyendo y leyendo un libro tras otro, en un devaneo amoroso constante entre Faulkner, Onetti, la historia de los Incas, Orellana hasta desplomarse de sueño, sin trazar una estrategia de salida que dé luz. En la barra, ya afirmado en la certeza de su belleza, levantó la vista, tieso. Algo se quebró en la cocina, un plato tal vez. Entonces el mismo temor lo cuestionó: ¿preguntá por mí? Simple, no podía ser tan linda y solo tú saberlo.